domingo, 1 de febrero de 2009

Miedo al Pueblo (1995)

Las últimas manifestaciones de los políticos acerca de la reclamación de la Diputación de León para realizar un referéndum a fin de consultar la posible segregación de la provincia de esta Comunidad Autónoma son dignos de análisis y comentario. En primer lugar, es llamativo que fuera de León el debate se haya perdido en consideraciones del estilo de si el mapa autonómico está cerrado, o si falta disciplina en los partidos o, incluso, si ciertos grupos son independentistas o no. La cuestión que se propone nada tiene que ver con eso. Por otra parte, que el Presidente Lucas, quien gana en la Junta entre 8 y 10 millones de pesetas, diga que el mapa político es inamovible es lógico. ¿Cómo podría si no asegurar su carrera hacia Madrid? Por añadidura, la disciplina de partido lleva a que señores como Amilivia -jefe del PP en León-, que encabezó la mayor manifestación que se ha celebrado en León -la que pedía la autonomía en el 84- llegue a la esquizofrenia antiautonomista lo que hace poco recomendable escuchar sus consejos. ¿Qué miedo hay a que salga que sí se quiere la separación? ¿Quiénes y por qué tienen tanto miedo? ¿No es España, supuestamente, una democracia? ¿Qué decir de la complicidad de Quijano o Zapatero? Los jefes del PSOE ensayan el papel de caudillo olvidando la opinión de sus bases en León. La cuestión de fondo es que se pide una consulta popular, no la segregación directamente. La causa última es que el largo parto de la autonomía se inicia con promesas de referéndum y unas encuestas en León que indican el deseo de constituir una entidad territorial diferenciada. Cuando en 1977 se presenta el primer proyecto de estatuto no se había contado para su elaboración con los representantes de León. Toda una muestra de inercia fascista. El proceso quedó plagado de irregularidades para que León quedase incluido en la autonomía con Castilla. Ni una sola de las numerosas consultas posteriores indica un cambio en la opinión pública.
Es necesario que los castellanos comprendan que la Junta de Castilla y León es un organismo legal, pero de escasa legitimidad en León mientras no sea refrendado popularmente. Las diferencias de índole sociocultural y económica entre las tierras leonesas, de más allá del Esla, y las castellanas son clarísimas y desaconsejan una gestión conjunta. La regionalidad de León es un hecho palpable y luchar contra ello es puro estalinismo sociológico. Por último hay que ponderar que la toma de conciencia regional es un proceso que en León se ha impulsado a raíz de lo que se considera una agresión de los políticos contra la voluntad del pueblo leonés. El mismo proceso se producirá en esa mezcla de culturas que hoy llamamos Castilla y que, como el propio poder acepta, al día de hoy no tiene un solo elemento peculiar unificador. Lejos de ser este hecho un desdoro, es una realidad que reclama la evolución de la conciencia colectiva. Una evolución hacia el autoreconocimiento de los pueblos, que se inicia siempre en las periferias marítimas de esta piel de toro. ¿Le habrá llegado el turno a la meseta de reconocer sus distintas regionalidades?. Mientras tanto, una clase política distante y ajena a los problemas del común se atrinchera en la ignorancia y el temor a perder pesebres y gavelas. Ahondan en la miseria del poder por el poder y bloquean los mecanismos participativos de la democracia. Desarrollan, en fin, esa paranoia oligárquica a la que me he referido al principio: el miedo al pueblo.

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