En las últimas semanas algunas destacadas instituciones leonesas han manifestado su unánime rechazo a apoyar la fundación cuyo objetivo será fomentar un sentimiento de comunidad en Castilla y León. La desaprobación a esta iniciativa es, inevitablemente, motivo de apasionados comentarios. Sin embargo es posible hacer reflexiones más sosegadas para vislumbrar lo que esconde tal propuesta.
Como cuestión previa cabe preguntarse por qué se utiliza el trasunto histórico de
El aparato que se pretende erigir se apoya en una tesis: la unidad cultural de Castilla y León. Esa es la única base en que se puede asentar un sentimiento de pertenencia territorial tal y como lo concibe
Frente a ese esquema se encuentra otro, multipolar, que sostiene la idea de una autonomía basada en el desarrollo de varios sistemas de ciudades; unidades capaces de aprovechar ventajas competitivas propias. Se pone así de manifiesto que los barones de la unipolaridad hacen caso omiso de la “Estrategia Territorial Europea”, aprobada en Bruselas, que apoya este modelo de desarrollo en red. En el trasfondo del centralismo no aparece otra justificación aparente que ciertos intereses particulares. En consecuencia se puede deducir que la supuesta incapacidad para que en Valladolid se comprenda y asuma el hecho diferencial leonés no es más que una simple falta de voluntad, sustentada en el vallisoletanismo –una suerte de localismo militante- más radical.
Por esta razón el hecho de que una generación de leoneses recién incorporada a la política provincial diga “no” a los demiurgos del pucelanismo es una lección de compromiso. Además resulta un motivo de satisfacción para quien aprecie la infrecuente lealtad al programa de los representantes políticos. ¿Entenderán la concepción autonómica multilateral a orillas del Pisuerga?
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