Asistimos estos días a las protestas vecinales en algunos puntos de la provincia contra la concentración parcelaria indiscriminada. La reacción puede parecer paradójica para algunos ciudadanos que preguntan: ¿cómo es posible que
León ha cambiado su estructura productiva. Son muchas las zonas de vega donde no queda una sola explotación ganadera vacuna de leche, actividad esencial en nuestra provincia durante siglos. La vaca, como elemento productivo más valioso, ha constituido una fuente de ingresos incomparable a cualquier otra en las economías familiares y justifica estas drásticas actuaciones sobre el territorio. En una sociedad donde las familias comunes disponían de pequeñas tierras en propiedad o comunales –cedidas- se configuró así un reparto del terreno singular. Esas extensiones de bellísimos campos y vegas multifragmentados por sebes constituyen parte de nuestro pasado, de nuestro presente, y de nuestro patrimonio cultural y paisajístico. Son también un recurso ecológico y turístico de primer orden para quien vea esta tierra con la perspectiva necesaria para hacer de cada elemento diferencial un atractivo más.
La administración autonómica, que actúa igual en Soria que en León, parece obcecada en la destrucción de este capital. Se sabe que glosar en
Algo hay que hacer para detener esta depredación. Consumir con ligereza fondos públicos para devastar zonas que no producirán retornos apreciables es una irresponsabilidad. Nuestros singulares paisajes de sebes deberían ser declarados Bien de Interés Cultural. Aquellos que todavía se encuentren íntegros en zonas donde desaparecieron las explotaciones tendrían que ser protegidos como parte de nuestro patrimonio ecológico, cultural, histórico y paisajístico que son. ¿Habrá sensibilidad para evitar las concentraciones inútiles y perjudiciales para el común?
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