Con motivo del debate del “estado de la Autonomía” ha salido a colación la reforma del Estatuto. Se ha expuesto la necesidad de hacer referencia al Duero como eje central del Ente dentro de la revisión del documento. A esta propuesta se ha unido la reivindicación de las altas instancias de la Junta para asumir la gestión de la Confederación Hidrográfica del Duero.
El tema tiene mucho más calado del que, en principio, se podría deducir de la impasibilidad que suscita entre los ciudadanos. Se ha afirmado que “Castilla y León es el Duero y que el Duero es Castilla y León”. Viniendo de la cabecera de la Junta, dicha afirmación no puede tacharse sino de grosera. Por lo visto, se piensa que El Bierzo, La Cabrera, Ribas de Sil, Fornela, Ancares, Laciana, Sajambre, Valdeón, Las Merindades, Valderredible, el desfiladero del Ebro, Mena, Losa, el Valle de Tobalina, La Bureba, Pancorbo, Miranda de Ebro, Treviño, Ágreda, Ólvega, el corredor del Jalón o las cabeceras del Alberche y el Tiétar se pueden pasar por alto.
Por otra parte, quienes defienden la idea obvian que buena parte del Duero y de sus caudalosos afluentes -Sabor, Coa, Túa o Támega- se encuentran en otro estado: Portugal. Esto supone que lo que afecte al Duero incide en cuestiones internacionales y su gestión debe ser, en consecuencia, competencia del gobierno central. ¿Para qué se pretende entonces gestionar las aguas de la cuenca desde la Junta?
El meollo de la cuestión es claro cuando se contrastan los datos. Conviene saber que el Duero es el curso más largo de la cuenca, pero no el más caudaloso. Cuando este río recoge las aguas del Pisuerga, es ese afluente el que más aporta. El Duero es hasta entonces apenas un riachuelo. Después se integrará en las aguas del Esla.
El núcleo del problema de la Junta es éste: el Esla, que es el cuarto río de España por sus aportaciones anuales, dispone de más agua que el Duero. Por lo tanto, si sustrajésemos de la cuenca las aportaciones del Esla se evidenciaría la realidad: el Duero es el exiguo río de una amplia zona semiárida. Esto coarta las posibilidades de crecimiento al no permitir grandes consumos hídricos. En consecuencia, lo que en la Junta se pretende es tener las manos libres para disponer del agua del Esla, o lo que es lo mismo, del agua de León para trasvasarla a Castilla.
Habrá quien piense que este razonamiento es descabalado, pero ¿por qué entonces la Junta se preocupó por impulsar un trasvase de las aguas del Esla hacia la subcuenca del Pisuerga antes que potenciar los regadíos leoneses? ¿No hubo que acometer incluso una costosa obra singular –el túnel de Villacarralón, en Palencia- para realizarlo? ¿Por qué no ha existido ayuda para ejecutar los regadíos de Riaño en tanto se financiaba los 11.000 millones de pesetas del trasvase?