Las próximas elecciones generales se celebrarán unas semanas tras las Navidades. La oferta de las fuerzas mayoritarias es aparentemente parecida en el fondo, aunque diversa en la forma. Esta evidencia se apoya en que no parece existir diferencia en los planteamientos de política económica más allá de cuestiones puntuales de la fiscalidad o del gasto social. Tampoco la planificación de la obra pública -en la que coinciden-, el gasto en defensa -que crece a la par que la relevancia internacional-, o la gestión del gasto -que se privatiza selectivamente-, parecen distintos.
Por el contrario, la verbalización de esa oferta es diferente, ya que mientras los socialistas ofrecen un mensaje blando y complaciente, los populares presentan un temperamento más severo, adversativo y basado en ideas simples, aunque fuertes en apariencia.
Pese a ello, hay aspectos de fondo que permiten descubrir dos formas de concebir el gobierno y el liderazgo. Por una parte se halla una oferta política basada en ideas concretas y preconcebidas -como la postura cerrada frente a ETA o la adhesión a Estados Unidos-, en una reducida capacidad de cesión en el diálogo y en la adopción de valores absolutos, como
Por otra parte estaría la opción política fundamentada en ideas difusas, cuya línea central vendría marcada preferentemente por el pulso tomado de la opinión pública. La plasticidad de este ideario ante el debate es mayor porque no se afianza en muchos aspectos inamovibles. Además, en este planteamiento cabe la revisión de condiciones previas, con lo que hay pocas premisas en su posición negociadora. El icono de esta postura es el Partido Socialista de Zapatero, aunque otras fuerzas, ligadas a la coyunturalidad, como el PAR, la línea populista de
Las elecciones de marzo darán un resultado del que emanará la disposición del gobierno central en algunos aspectos fundamentales. Por ejemplo, existe un clamor creciente para revisar
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