jueves, 19 de diciembre de 2013

LA UNIVERSIDAD Y LA REFORMA PENDIENTE

La Universidad de León es una entidad afectada por la crisis económica. Sin embargo no es ésta la única crisis que sufre. Tras el ruido de los ajustes presupuestarios se esconde una aguda desorientación en cuanto a planteamientos. La falta de dirección efectiva de que adolece, como una parte amplia del aparato público, hace que los cambios que se acomenten vayan más en la línea de mantener las cosas como están en la medida en que se pueda, que en aprovechar la ocasión para que, tras este episodio febril, surja una institución de referencia en el mundo académico, social, empresarial e institucional. Es indudable que se están produciendo unos recortes presupuestarios que provocan por sí mismos cambios. No es menos cierto que la Universidad de León es una entre un millón y no se ha constituido en referente ineludible de nada. Ni siquiera de aquellos temas en los que su entorno territorial y social, León, le facilita campos de estudio inmediatos y con menos costes. Incluso alguna de sus facultades más famosas, como Veterinaria, ha caído en cierto grado de descrédito por la pasividad ante el lamentable episodio del cierre del Hospital Veterinario, medio imprescindible para dotar de validez europea a los titulados. Este y otros sucesos no más edificantes discurren en medio de una modorra que preocupa. El título universitario en el mundo desarrollado ha pasado de ser un elemento diferencial del currículo a una base que muchos tienen sobre la que adicionar otras cosas para acceder al mercado laboral. Hay millones de ingenieros, de médicos, de abogados en el mercado global y en España, proporcionalmente muchos más. Las universidades han de aspirar a una diferenciación a la que se llega a través de criterios de dirección claros, pero el campus sigue pareciendo una reunión de bandas de ilustrados donde cada uno defiende sus intereses sin que nada le pueda pasar. No es lo que podríamos llamar una situación ejemplar. Los leoneses aspiramos a una universidad que opine, a una universidad que marque la diferencia en dos o tres temas, que trabaje con ritmos de esfuerzo de la economía privada, que tenga objetivos claros, ambiciosos y medibles, y que los alcance en términos generales. Los ciudadanos no aspiramos a proletarizar a los docentes, pero a cambio queremos el nivel de excelencia exigible –no sujeto sólo a la voluntad individual- para unas condiciones de privilegio. Y si esto no se logra es que alguien está mintiendo a los alumnos, a los ciudadanos y, lo que es más triste, a sí mismo.

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