jueves, 14 de agosto de 2014

CRISIS E HIPERFORMACIÓN

El enorme porcentaje de desempleo que sufre España ha hecho recurrir a lugares comunes que no son ciertos por más que se repitan. Uno de los más habituales es que los trabajadores no encuentran trabajo por falta de formación. Según este mantra, si se forma a los trabajadores, la demanda de empleados surge. Por esa causa muchos jóvenes prolongan su periodo de estudios indefinidamente de manera inútil y frustrante. De esa pulsión perversa vive un sector económico tan inflado como poco eficiente. Las ofertas de empleo son las que son, con independencia de la calidad académica de los trabajadores que se demandan. Incrementar el nivel formativo de los aspirantes supone meterlos en una carrera de hipercompetitividad, pero no aumenta el empleo. Es habitual que se llegue al absurdo de un currículo lleno de cursos, carreras y hasta doctorados para empleos que requieren una cualificación básica. Eso le cuesta al país una fortuna descomunal y una frustración no menor. En general podemos distinguir dos grupos de desempleados según su formación: los que acumulan multitud de cursos y los que apenas cuentan con alguno. Entre los que reúnen hitos formativos como quien acumula cascotes se suele dar que el uso vehicular del inglés coloquial y el conocimiento de un tercer idioma, son puntos débiles. Alguien debería explicar a alumnos y profesores que si una lengua no sirve para comunicarse con fluidez, es que no sirve –salvo para filólogos- para trabajar. Es el uso y no el título lo que se busca en la economía real. Respecto a los parados poco formados, a estos sí les hace falta el inglés coloquial, que ya es un estándar, y conocimientos en tareas profesionales con demanda real. Si no, huelga cualquier gasto en formación. El problema de paro en España ha degenerado en una burbuja en el sector formativo porque se sobreforma a millones de alumnos que no lo necesitan. Otra cosa sería que quisiesen formarse por afición, pero no nos engañemos, la formación está siendo una alternativa al paro puro y duro. Hay que supervisar el perfil formativo de los demandantes de trabajo y subvencionar la formación que se considere estrictamente necesaria, pero no toda. La formación no puede convertirse en un simple entretenimiento para parados. Por otra parte es imprescindible encaminar a los alumnos en itinerarios formativos según sus aptitudes y la demanda real y constatada del mercado. La experiencia nos ha demostrado que la libertad de elección académica es bonita en principio, pero desastrosa en cuanto a los resultados.

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