jueves, 11 de mayo de 2017

LAS FACETAS DEL GRANO

La Plaza del Grano está siendo objeto de un debate encendido que alcanza a numerosos colectivos e instituciones. Se puede comprender tanta pasión en algo que afecta a un espacio característico y que todos consideramos nuestro. Sin embargo, si queremos desentrañar las vertientes del debate y desposeerlo de su cara más pasional, hace falta enfriar la discusión. Personalmente creo que hay tres elementos que ponderar en la obra que se está haciendo. El primero es la necesidad de reparar la plaza. No era lógico mantener ese espacio público en el estado de deterioro en que se encontraba. Por lo tanto la reparación y rehabilitación era necesaria. El segundo elemento a tener en cuenta es el mantenimiento de la estética de la Plaza del Grano, que es un elemento de singularidad de la misma. La estética hace alusión a la colocación de los materiales para repararla, al color de éstos, a sus volúmenes, a las técnicas que se aplican. En un espacio con cierto valor histórico el buen gusto aconseja ser conservadores y dejar las cosas más o menos como estaban. En este caso hay que decir que lo que se está poniendo en las calles laterales de la iglesia es un empavesado de adoquines azules a la manera aproximada del que hay en san Isidoro, pero de otro color y aspecto. En otras palabras, a ese entorno le queda como a un Cristo dos pistolas. No caben matices. Peor gusto es imposible. Y la forma en que se están rehaciendo las aceras es similar. Sin embargo hasta el gusto es discutible. Personalmente me parece lamentable estéticamente lo que se ha hecho hasta el momento, pero acepto que haya quien disienta porque tiene otro gusto. Lo que no es discutible es el valor histórico-patrimonial de la plaza. Y aquí es donde la actuación en la Plaza es un desaguisado sin paliativos porque se ha impuesto una modificación drástica de su aspecto. Se ha afectado al bien patrimonial. Yo entiendo que todo el mundo se puede confundir. A estas alturas de la obra de la Plaza del Grano es evidente que es un error monumental (nunca mejor dicho). Hasta la base de los adoquines, aquel mortero bastardo que decía el proyecto, es simplemente hormigón. Se está modificando radicalmente la plaza. ¿Qué problema hay en detener la destrucción de su monumentalidad? ¿No es mejor repensar la actuación, detener los trabajos y modificar algo que (ya no hay duda) está mal? Por otra parte, destruir el valor patrimonial de la plaza es perjudicar a la ciudad en su conjunto. Merece la pena detenerse un rato, calmarse y parar la obra. Seguro que se puede hacer mejor y restañar los daños que ya se han producido.

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