viernes, 15 de septiembre de 2017

SEQUÍA Y PLANIFICACIÓN

Abordamos el fin del verano con una preocupante falta de lluvias y unas reservas de agua cada vez menores. Por otra parte sabemos ya que el mes de julio ha sido el más caluroso desde que existen registros. Es un dato extremo que se suma a muchos otros y que dice que el clima de Iberia, sea por la causa que sea, está evolucionando hacia la aridez. Se puede argumentar que es puntual, pero cuando consideramos periodos de diez años la tendencia se confirma. Entramos en una etapa con menos lluvias, escasas nevadas y más calor. Cuando a eso sumamos el abandono de numerosas zonas agrícolas, aparece la extensión del bosque con una rapidez cada vez mayor. El tipo de bosque predominante va a depender de la combinación de lluvias, calor e intensidad de los cambios estacionales. De todo ello se colige que el paisaje está transformándose y que lo hará más, como los cultivos o el poblamiento. En definitiva, las previsiones basadas en ciclos de precipitaciones invariables son incorrectas. Por eso tenemos que readaptar nuestra planificación con arreglo a aquello que esperamos que suceda, y reescribir estrategias locales, regionales y nacionales que se han elaborado sin contar con esos cambios. Por ejemplo se debería replantear la estrategia del agua, que está basada en los trasvases. Las zonas frente al mar deberían abastecerse con desaladoras, puesto que dedicar el agua excedente del interior (que puede existir o no) al consumo de la costa, cuando el océano tiene cuanta se necesite, carece de sentido. Por otra parte, el interior de este país semiárido debe contar con más embalses. Quizás más pequeños que los construidos hasta ahora en las cabeceras, puesto que no nieva, pero sí más numerosos. Todas las ciudades y regadíos del interior deberían depender de embalses de las subcuencas que les correspondan. Por ejemplo pensar que no habrá tensiones si se continúa trasvasando agua del Esla al Pisuerga en tiempos de escasez es irresponsable. Lo mismo se diría de las pretensiones de Barcelona sobre el lejano Ebro. Otro aspecto crucial en el caso de León es el cambio en la gestión del regadío, que debería penalizar todo lo que no esté modernizado sin justificación. También en la gestión del monte, porque lo sucedido en La Cabrera es producto de una mentalidad y unas leyes ancladas en un presupuestos nada realistas. O se cambia la gestión del monte en León o los paisanos sin implicación y la Junta en su ignorancia de lo leonés nos llevan al desastre. Si la mitad de lo quemado en la autonomía en los últimos años es de León es que hay un problema propio y como tal se debe tratar.

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