miércoles, 15 de diciembre de 2010

Poítica, Crisis y Mérito

La crisis que atraviesa España lleva aparejada una pérdida de la credibilidad internacional que se enraíza en numerosas causas. Sin embargo aquéllas que más peso tienen son fáciles de comprender, aunque, según parece, difíciles de verbalizar. La gente no se atreve a denunciar algunas cosas para no herir susceptibilidades. Quede claro que no soy de los que creen que cuando un país y muchas economías familiares atraviesan su peor trance haya que andar con paños calientes.
Nuestra credibilidad como país se resiente porque muchos analistas piensan que no hay ni la capacidad ni la formación necesarias en nuestros dirigentes. La práctica, los resultados, han ido demostrando que es así. Y esto sucede porque el país no ha puesto a los mejores a dirigirlo. Un país que no pone a los mejores en los puestos de dirección es un país enfermo.
La cuestión no tiene tinte ideológico. La mentalidad reinante en nuestros partidos políticos permite que personas sin titulación universitaria asuman ministerios, alcaldías importantes o diputaciones. Los casos de Pajín, Corvacho, Blanco, Montilla o Fernández son esclarecedores. Hace falta gritar que no necesitamos chicos majos. Queremos intelectuales capaces de entender un informe del tirón; queremos los mejores negociadores, directores de reunión excelentes, oradores de postín; queremos fueras de serie porque para una dignidad pública española queremos lo mejor; porque este país aspira a lo mejor.
La universidad, aparte de expedir títulos, obliga a atravesar una barrera intelectual de entre 40 y 100 exámenes a lo largo de 3 años como mínimo. Queremos la gente que supera eso porque ya han demostrado algo. Mientras el círculo áulico del presidente del gobierno se configure como una corte de bachilleres no tendremos nada que hacer en el concierto de las naciones desarrolladas.

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