Los trabajadores de Caja España-Duero están revolucionados por el nuevo plan que intenta ajustar la plantilla y los salarios para que su estructura sea engullida definitivamente por la de Unicaja. La absorción de la caja leonesa por la malagueña es un hecho certificado y bendecido por el Banco de España. Los agitados restos del naufragio de la Caja de Ahorros de León hacen tanto ruido que a veces se nos olvida a todos cómo hemos llegado hasta aquí.
Dado que el olvido en estos temas es malo conviene recordar que los primeros pasos se dieron entre el debate sobre si lo más conveniente era la fusión con la caja asturiana o, como decía la Junta por boca de Tomás Villanueva, había que crear el músculo financiero de Castilla y León. La montaña de escombros empresariales en que ha convertido la Junta el sector financiero de la autonomía debería costarle el puesto a unos cuantos políticos: Unicaja Banco, en Ronda, Bankia, en Madrid y recién semiintervenida son los últimos capítulos resultado de la brillante gestión de Herrera y Villanueva. Sin embargo parece claro que aquí el que la hace no la paga.
Lo mismo sucede con los miembros de los últimos consejeros de la Caja, así como con su alta dirección, que llevaron a la entidad al borde de la intervención por el Banco de España. Ninguna responsabilidad se les ha pedido, aunque ahora su gestión se traduzca en miles de empleos perdidos y ayudas públicas para evitar la quiebra. No sólo eso, sino que además continúan o se retiran con retribuciones de lujo, mientras los trabajadores naufragan en la incertidumbre sobre sus puestos de trabajo. ¿Dónde estaban los sindicatos cuando todo esto empezó? ¿No van a pedir responsabilidades o es que también estaban implicados? A ver si llega el día en que cada palo empiece a aguantar su bandera.
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