viernes, 8 de junio de 2007

Política y leonología

Una de las vertientes en las que el perfil de los políticos se ha ido transformando más notablemente es la del conocimiento de su circunscripción electoral. Cuando digo “conocimiento” no me refiero tanto a un perfil sociológico de la zona por la que cada candidato será elegido como a la comprensión de cuál es su estructura económica, poblacional o geográfica.

La preferencia de los políticos en cuanto a la indagación en sus zonas gira en torno a la pretensión de voto de los electores. Además se centran en los periodos preelectorales, dejando el resto del mandato para sondeos que dejan entrever cómo evoluciona ese parámetro.

El progresivo acentuamiento de esta conducta ha derivado en una curiosa actitud que se observa en la actualidad: los políticos inquieren ya a los ciudadanos para redactar el programa electoral. Esta maniobra, que comenzó en las filas socialistas, se ha extendido a los populares y a los leonesistas. Todos ellos se reúnen con colectivos diversos para pulsar sus opiniones y preferencias, y ponen a disposición del público una especie de “buzón de sugerencias” con el que arman sus programas.

Si la medida fuese un elemento complementario a la redacción fundamentada sobre ideas propias del programa, la cuestión no pasaría de ser una anécdota. Lo preocupante es que estas encuestas se han convertido en la base principal para el enunciado de los programas, lo que denota un desconocimiento profundo del territorio, de sus posibilidades y de sus necesidades; una falta preocupante de criterio.

Por añadidura, si los candidatos carecen de una visión elaborada de su circunscripción, nos encontraremos con acciones políticas desarrolladas por impulsos, inconexas. El gobierno se desenvuelve entonces entre tópicos y prejuicios falsos; las decisiones se basan en vaguedades e impresiones, y las consecuencias son la ineficiencia y, en el extremo, el declive.

Además, esa ignorancia de las autoridades conduce a una pose de seguidismo, por lo que se arriman a cualquier idea que se vislumbre, con la subsiguiente pérdida de liderazgo. Este pensamiento blando bloquea la posibilidad de adoptar proyectos innovadores, capaces de actuar como movilizadores de los ciudadanos, con independencia de su popularidad.

En resumen se ha pasado de una situación en la que los políticos constituían un colectivo con un alto nivel formativo, desde el cual se pilotaba el progreso social, a formar, con excepciones, un conglomerado variopinto de perfil intelectual bajo, sin visión propia y cuyo argumento es la ocurrencia. Si los leoneses aspiramos a mejorar, sería conveniente elevar el nivel formativo de los políticos y exigir que sean, además de gestores, auténticos leonólogos; gente capaz de aprovechar nuestras ventajas con un proyecto innovador para esta tierra.

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