sábado, 7 de junio de 2008

Monumentos Fitológicos

Hace unas semanas los medios de comunicación reflejaban la actividad de un grupo ecologista para salvar un centenario árbol de la tala. “Tyto Alba”, que tal es el nombre de este colectivo, lleva años realizando una labor comprometida y loable en favor de la naturaleza y la ecología. En este caso sus miembros procedieron a comprar el hermoso ejemplar para que su madera no terminase adornando a corto plazo el salpicadero de unos cuantos turismos. La acción, en sí misma digna de encomio, tiene un alcance aún mayor por su efecto publicitario. El mensaje que ha permanecido es el de la necesidad de jerarquizar nuestro patrimonio forestal y defender especialmente aquellos ejemplares que, por su antigüedad y rareza, merezcan una atención extraordinaria.
Entender nuestros orígenes es entender nuestros árboles. Por eso sugiero una mirada diferente sobre ellos a fin de que ocupen un lugar más relevante en esta sociedad. León es una zona que, comparada con otras próximas, no destaca por su riqueza monumental. De los mil cuatrocientos núcleos de población que ocupamos sólo un pequeño porcentaje cuenta con piezas arquitectónicas auténticamente notables. La sociedad astur, que configuró la base de lo que hoy somos, evolucionó hacia otra donde los poderes de la aldea eran superiores a los que existían en las regiones vecinas. Esto determinó que los procesos que permitieron el desarrollo de una poderosa y riquísima nobleza en buena parte de España fuesen aquí relativamente atenuados. Escaseando patrocinadores capaces de construir grandes obras palaciegas o eclesiales, hemos llegado al siglo XXI con un racimo de aldeas de urbanización primitiva, de arquitectura popular bella, pero pobre, y con una mala conservación de sus conjuntos arquitectónicos. Sin embargo, esta sociedad, que no construyó palacios ni grandes templos con profusión, supo dar auge a la propiedad comunal. Esa sociedad vecinal, que no erigió una arquitectura de prestigio, preservó el bosque como fuente de recursos e inspiración. De ahí la abundancia de masas frondosas en casi todas las comarcas. Gracias a la tradición forestal encontramos algunos de los más bellos árboles del norte ibérico, como el salvado por “Tyto Alba”. Los ejemplares centenarios, que se extienden por casi toda la tierra leonesa, son un valor que los lugareños no hemos tenido lo bastante en cuenta. Ante la escasez de monumentos arquitectónicos rescatemos estos habitantes, fruto de la naturaleza y de la acción artificial de un pueblo, el leonés, sobre la tierra. La pervivencia de estos monumentos arborescentes puede ser un elemento de atracción de primer orden y forma un conjunto artístico y antropológico singular. ¿Habrá visión e iniciativa para catalogar, proteger y destacar el conjunto de estos valiosos árboles?

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