lunes, 29 de septiembre de 2008

La Ciudadanía del Mundo

Hace poco dialogaba con un buen amigo acerca de lo necesario de tener una visión amplia de la vida, de la importancia de relativizar los sucesos y de ejercer una sana ciudadanía del mundo. Convinimos en que nuestra calidad humana cobra sentido cuando nos integramos en la sociedad. En general, en la parte más amplia, más imprecisa y, si se quiere, más “progre” del discurso coincidimos. Cuando un servidor intentaba profundizar sobre esas bases, mi interlocutor desplegó una panoplia de conflictos kurdos, saharauis, cubanos y timoreses que, lejos de conmoverme, me trasladaron a la más desconcertante de las sorpresas. ¿Por qué se mezcla la solidaridad entre los pueblos con la forma en que nos integramos cada uno en el nuestro? ¿No es ese un paso posterior a la toma de conciencia de que pertenecemos a un grupo humano peculiar?
Decía Maslow, un reconocido psicólogo de la motivación, que nuestras necesidades como seres humanos se estructuran como una suerte de pirámide en la que ciertas categorías de carencias predominan sobre otras. En el tercer escalón de esas prioridades se hallan las de pertenencia a un grupo: cada uno de nosotros aspira a integrarse en un cuerpo social. En el cuarto encontramos las de reconocimiento por parte del mismo: todos necesitamos ser identificados como miembros de una colectividad cultural. Al margen de una explicación más completa de esta tesis, de ella y de otras similares se induce que cada individuo se inviste de humanidad basándose en la pertenencia a un grupo que se expresa, piensa y se relaciona siguiendo pautas comunes. En otras palabras, lo que nos hace humanos es la inmersión en una cultura. Viene esto a cuento porque, en consecuencia de lo expuesto, la carga que se hace -mi amigo la ejercitó- contra la reivindicación cultural leonesa -sin entrar en otras vertientes de la misma- resulta, pues, un puro esnobismo, una “modernez”, un detalle “chic” y una frivolidad dañina sin rigor alguno. La falsa “ciudadanía del mundo” que reclaman los esnob es el producto de la falta de compromiso con lo más próximo, con lo más conflictivo, con lo que no es tan “guai”: con la falta de carretera en Poibueno, con la despoblación del Alto Porma, con la ausencia de soluciones para Villablino o con la difícil decisión de permitir los cielos abiertos de Fabero para que la actividad minera perviva. Sólo cuando nos hayamos preocupado de estos y otros temas de nuestra tierra nos es lícito considerar si intervendremos en el conflicto de Kosovo. Hacer lo contrario, más que ciudadanía del mundo, es poner el carro delante de los bueyes.

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