martes, 4 de marzo de 2008

La Tierra de las Riberas

Es conocido que León es la provincia con más kilómetros de cauces fluviales de la Península. Nuestra tierra recoge buena parte de la contribución hídrica cantábrica, que se convierte en un elemento de fragmentación, en unos casos, y de articulación, en otros, del territorio. Esa densa red hidrológica convierte la Cisasturia, nuestro espacio cultural, en el lugar más dividido en unidades comarcales de cuantos existen en la piel de toro. Se trata, por tanto, de un elemento que nos singulariza y que ha marcado nuestro devenir histórico.

Las riberas se incorporan también como un activo peculiar, escaso por diversas razones en las regiones colindantes. Suponen un importante valor paisajístico que se extiende profusamente por toda la Provincia, incluso en el Páramo de Payuelo, donde los arroyos de Valmadrigal y de las Matas forman hermosos vallejos y rincones amenos, a los que es ajeno el viajero de la autovía.

Por otra parte, la capacidad de autodepuración de nuestro medio natural, aquella que permite soportar una carga de población de forma sostenida, está en estrecha relación con esta naturaleza alineada y densa que recorre nuestro mapa. Es la ubicuidad de las riberas la que permitió que los leoneses hayan pervivido históricamente como grupo humano numeroso sobre este solar interior, sin que el medio sufriese apenas daños por la acumulación de detritus.

Por añadidura, en las vegas leonesas se han encontrado tradicionalmente algunos de los ecosistemas más ricos y representativos de esta tierra. El abundante censo de pescadores conoce bien este aspecto, olvidado para gran parte de la sociedad.

En definitiva, los sotos atesoran una porción esencial de lo que aquí se puede ofrecer y disfrutar. Por esta razón sería conveniente que nuestros representantes pusiesen especial interés en el seguimiento de lo que acontece con los entornos fluviales.

Las confederaciones hidrográficas, so pretexto de “ordenar” las riberas de numerosas zonas, están convirtiendo la derrama de hormigón, el encorsetamiento de los cursos fluviales por medio de diques, y la tala y devastación de las orillas en algunas de sus actividades principales. Tramos de márgenes de enorme valor se ven atacados por esta fiebre ribericida, mientras el número de pescadores y los volúmenes de residuos no cesan de crecer.

El resultado de estas acciones propicia la mengua de la fauna, que ya no encuentra lugares donde medrar, el aumento de la contaminación de los ríos, que agotan su capacidad de depuración, y el empobrecimiento del paisaje, que pierde insustituibles masas de vegetación semisalvaje. Por eso el control y la defensa de los lineales ribereños debería elevarse ya al rango de preocupación social y política de primer orden en León.

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