sábado, 24 de mayo de 2008

El Aliento de 2003

Llega la Navidad: un caramelo envuelto en colorín de consumismo y barbas blancas. Trepidan las calles bajo una multitud de emigrantes que, durante unos días, lo son menos ante la vista de los caminos que vieron derramarse su infancia. Niños de mirada madura pasean por las aceras donde en un tiempo corrieron y gritaron, donde sus hijos corren y gritan rompiendo el exotismo de un territorio mítico, en el que sus padres vivieron mil aventuras; porque sus papis, aquí, donde siempre esperan los abuelos, también fueron pequeños. La fiesta se descorcha en un torbellino de recuerdos, de rostros conocidos surcados por el tiempo, de enorgullecidas y senectas miradas paternas, y de momentos revividos.
León bulle como nunca en la Navidad de 2002. Atrás quedan decenios oscuros; por delante, un cielo sin más límites que los de nuestras mentes, sin más enemigos que los ya conocidos, sin más aspiraciones que el deseo de proyección colectiva. León muestra el rostro que nunca debió perder cuando, allá por los ochenta, personajes deletéreos le robaron el futuro. Ahora la multitud recupera hábitos perdidos. Los sueños dejan de ser pesadillas y la nueva etapa enseña las orejas tras el hito de 2003. Parece como si las calles, hirvientes de vida, hubiesen venido a darle la bienvenida. El viento del XXI trae sonidos de lucha y trabajo, de cambio y ambición, de impulso y valentía, de controversia en las formas y unanimidad en el fondo, de cambio generacional, de nuevos retos y tabúes superados. León cambia, y con él lo hacemos todos.
Tras estas calles de celebración y bullicio quedará una sensación nueva, un olor a futuro como nunca antes hemos vivido. La pugna no ha terminado, aunque empezó hace mucho tiempo, pero ahora sabemos que podemos ganar. La brisa del Mediterráneo, el ventarrón húmedo del Bocho, las galernas de Bares y la rosa de los vientos se acercan a los terrones rojos y negros para hacer florecer cosechas nuevas. Las barreras caen y las puertas se abren tras decenas de magos con chisteras vacías. Ellos cada vez tienen menos entusiastas y más indiferencia, porque ya conocemos sus argucias.
El eco de la diáspora en nuestra tierra es como el pistoletazo de salida para un tiempo que ha de llegar, que llega ya. La emigración es el cicerone que nos muestra un anticipo de lo que ha de venir si impedimos el burdo latrocinio a que quisieron acostumbrarnos.
El sol apura sus últimos minutos mientras el resplandor rosáceo del cielo refleja nuestras inquietudes. En San Marcelo, Lazúrtegui y Santa María se hace de noche y el rito comienza otra vez. La liturgia del brindis y la esperanza, de la conjura y el deseo, de la libertad de un porvenir abierto nos embriaga y excita. 2003 llega y está todo por hacer. ¡Buena faena, paisanos!.

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