domingo, 2 de noviembre de 2008

El León Virtual de Navidad

Es Navidad. Las calles de León y Ponferrada, las de nuestras abundantes cabeceras de comarca, las de todos los pueblos y aldeas de nuestra región cobran una vida desconocida. Por vez primera en muchas semanas se percibe un agradable cambio que, al principio, no pasa de la mera observación cuantitativa -hay mucha más gente- para alcanzar otra más elaborada y cualitativa: nuestros lugares de paseo, habitualmente ocupados por una mayoría de venerables ancianos, se ve ahora habitada por una multitud mucho más equilibrada, en la que hay una ponderada mezcla de niños, jóvenes, adultos y gente de la tercera edad. Nuestra tierra vuelve a ser un lugar normal, como Cantabria, Navarra, Madrid o Murcia. Nos devuelven por unos días los hijos que, al principio una administración injusta y nuestra propia pasividad, y la inercia de esa situación después, se llevaron.
En España viven en torno a un millón doscientos mil leoneses, pero sólo medio millón permanecen en nuestro solar. Los emigrantes por causas económicas son abrumadora mayoría. En León no hay trabajo y nuestra gente no tiene la posibilidad de elegir si se queda o se va. Nadie garantiza el derecho al trabajo en esta tierra de gente estudiosa e individualista, trabajadores capaces de alcanzar los puestos más altos por sus propios esfuerzos, pero poco hábiles para medrar allá donde el favor del amigo y el trabajo en equipo sean elementos fundamentales para la promoción. Madrid, Barcelona y Bilbao mantienen las más abundantes colonias de leoneses, pero estamos por todas partes. Esta misma semana me contaba una maestra de la vega del Esla que en Ciudad Real, donde ella vive actualmente, hay montones de leoneses.
El ejercicio que los ciudadanos que vivimos todavía aquí podemos hacer durante estos días es muy interesante. El León que vemos ahora, ese León que no existe, ese espejismo de una semana, es el León que podría haber sido, el que, creo, tendría que ser. Lo que captan nuestras pupilas puede ser algo más que un recuerdo borroso cuando pase la Navidad. Este País que bulle y que ríe es el León por el que muchos apostamos, un León posible que queremos alcanzar recuperando lo que nos quitaron: la iniciativa. Esa Tierra necesita del compromiso, del esfuerzo común, del trabajo en facendera y del desparpajo de quien no tiene miedo a la competencia. Estos días de bullicio, de calles henchidas y niños que corren, son como el anticipo de un premio, el que puede recibir una región que se atrevió a tomar el destino en sus manos y a contradecir a esa modernidad de paja, a una ficción de fukuyamas de ideología blanda, a ese pensamiento único que no es sino la quimera de los pueblos exánimes. León puede y quiere ser durante el resto del año como estos días se muestra, y el disfrute de esta realidad virtual, la posibilidad de ver lo que no somos, pero podemos llegar a ser, es una ocasión para recuperar el aliento y, tras rebasar el hito del uno de Enero, seguir firmes reclamando las autovías, aeropuertos y trenes por donde los leoneses de la diáspora han de volver.

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