lunes, 24 de noviembre de 2008

Los Pueblos y la Economía Tradicional

Decíamos hace unas semanas que los pueblos, que constituyen el tejido, la trama de población que ocupa el territorio, son los cimentos de un país. Mucho hemos escrito hasta hoy sobre las cabeceras comarcales e intercomarcales, pero eso no nos hace olvidar que cada pequeño núcleo de nuestras comarcas representa una oportunidad para el crecimiento económico y para el desarrollo. Exponíamos el otro día que las actividades económicas del futuro podrían estar basadas en los sectores tradicionales y en otros que, aunque nuevos, se fundamentarían en aquéllos.
Sobre los primeros, los trabajos tradicionales, vamos a extendernos hoy. Las comarcas en torno a La Bañeza han vivido de una mezcla de actividades, que es típica de la región leonesa. Si algo ha caracterizado las bases económicas de nuestra región es la producción “para el gasto” de una miscelánea de productos rica, que ha predominado durante siglos hasta la llegada de la mecanización y, posteriormente, de la reconversión agrícola de los últimos treinta años. Esta idiosincrasia proporciona a nuestras gentes una base de conocimiento adecuado para acceder a una considerable variedad de cultivos y explotaciones ganaderas de diversa índole. La existencia de una gran diversidad de cultivos de secano y de regadío junto a la costumbre de criar vacas, ovejas, cabras, cerdos, conejos, gallinas o caballos aporta una facilidad en el acceso de los ganaderos y agricultores a una especialización posterior que en otras zonas, como la Tierra de Campos, por ejemplo, no se tienen.
A partir de ahí es imprescindible la especialización, puesto que sólo el conocimiento profundo de una actividad puede reportar producciones lo suficientemente eficientes como para ser rentables hoy en día. La especialización -caballo de batalla de muchos agrotécnicos y veterinarios de nuestras comarcas- es imprescindible para concentrar la atención, mejorar el manejo, desarrollar la gestión de la explotación y, en definitiva, mejorar progresivamente la productividad de nuestras explotaciones. La especialización ha permitido pasar de rendimientos en trigo de 600 kgrs por hectárea (4 kgrs por cada uno sembrado, en un año bueno), que se citaban hace 150 años, a otros de hasta 7.000 kgrs por hectárea en nuestras mejores tierras de secano y de hasta 12.000 en las mejores de regadío, con ratios de hasta 1 a 25 entre lo sembrado y lo producido. Nuestras vacas han pasado en menos de 100 años de producir apenas 1.000 kgrs de leche por lactación a los 14.000 de algunos de nuestros mejores ejemplares. El resto de las especies domésticas han experimentado progresos similares. Nada de esto hubiese sido posible sin la especialización. De hecho, las peores producciones, los peores rendimientos se hallan en las granjas menos evolucionadas, donde se pretende hacer de todo sin volcarse realmente en nada.
El segundo factor esencial para que nuestros pueblos sigan con vida es el incremento del tamaño medio de las explotaciones agrícolas y ganaderas, la ganancia de dimensión. Esto puede parecer un contrasentido, ya que, si las explotaciones ganan tamaño, no cabrán todas y algunas desaparecerán. Eso es exactamente lo que debe suceder porque si no, no sobrevivirá ninguna y eso sí que sería un auténtico drama para nuestras pequeñas aldeas. Sin duda esta afirmación es tan dura que no es fácil oírsela a un político, a un sindicalista, o a un alto cargo, pero alguna vez hay que exponerlo. ¿Por qué existe la necesidad de aumentar el tamaño?
La ganancia en productividad provocada por la especialización de las explotaciones ha permitido que, tras invertir importantes cantidades de dinero en cada vaca, en cada hectárea, los ingresos se hayan multiplicado. Mientras esto se producía de manera progresiva, también el nivel de vida de los españoles crecía. En el año 1952 se alcanzó el nivel de vida de 1936, superando así el bache que produjo la Guerra Civil. Desde entonces el crecimiento económico ha sido espectacular y, cómo no, el coste de mantener a una familia de clase media se ha multiplicado por cifras de dos dígitos. Ese cambio absorbió el rendimiento obtenido mediante las mejoras de productividad por la especialización. Tan es así que la Comunidad Europea tomó la decisión de establecer ayudas a los agricultores y ganaderos con el fin de fijar población en el campo y de mantener en alguna medida ciertas producciones: es lo que conocemos como la PAC. Esas ayudas se pensaron para que los agricultores y ganaderos invirtiesen en la granja cantidades importantes de dinero a fin de que, cuando se redujesen las ayudas, el productor no sufriese por tal motivo. Las inversiones deberían haberse centrado en mejorar y agrandar las instalaciones, pero en muchas explotaciones sólo ha servido para incrementar el ritmo de gasto de la casa. Ahora, cuando las ayudas desciendan ¿qué va a pasar?
Como decíamos, es necesario que nuestras granjas crezcan, y lo es, además, porque las mejoras de productividad se ven frenadas ya por limitaciones genéticas de las plantas y animales de producción. Ante ese freno sólo queda la conversión de estas unidades de producción en auténticas empresas, puesto que han de mercar con importantes cantidades de productos y de dinero. Por estas razones creo que, a fin de ser más competitivos y de fijar más población, en nuestras comarcas se debería actuar en tres campos con más intensidad:
-La formación empresarial del agricultor y del ganadero, puesto que no sobrevivirá quien no se habitúe al ordenador, al papel y al lápiz.
-Fomentar la retirada y prejubilación de los productores más mayores. En esta situación es lo más aconsejable, por lo que se debe exigir al estado las mismas ayudas que para las prejubilaciones en las grandes empresas.
-La preservación y apoyo especial a las explotaciones más productivas y a las más grandes, ya que para cada pueblo debieran ser un tesoro, una promesa de futuro.
La actividad agrícola y ganadera tradicional sostiene otros sectores como la venta de tractores, la construcción de naves, la venta de piensos y materias primas para la nutrición animal, la distribución de semillas, de abonos, de fitosanitarios, etc, todo un entramado económico que se centra en las cabeceras. Dichas poblaciones deben implicarse también en el futuro de nuestras aldeas, puesto que en ellas está el suyo propio. Falta, por tanto, un liderazgo adecuado en las mismas, sea por desinterés de los munícipes, sea por desconocimiento. Este es, probablemente, una de las primeras necesidades que hay que subvenir: la carencia de un liderazgo fuerte al frente de nuestras cabeceras, capaz de arrastrar a toda su área de influencia.

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