domingo, 9 de noviembre de 2008

León y el Plan Hidrológico

El debate sobre el Plan Hidrológico Nacional está pasando de puntillas por la sociedad leonesa y por sus políticos. Sin embargo, esta situación es absurda, ya que León se encuentra en una de las zonas de la Península Ibérica donde emergen más aguas dulces y, por lo tanto, más susceptibles de ser consideradas como fuente de trasvases a medio y largo plazo. La discusión está siendo especialmente intensa en Aragón que, como León, es una de las regiones que presenta una red fluvial más interesante para este tipo de obras. El Estado y las Comunidades Autónomas receptoras han planteado su argumentación en términos de solidaridad del resto del territorio con ellos. Hay que decir que esa argumentación es de una perversión singular por varias razones: las cuencas sedientas resultan ser aquellas que más inversión pública llevan recibiendo desde hace muchos años; la gestión del recurso “agua” está siendo muy deficiente; y además se dilapidan caudales enormes con riegos inadecuados, redes de distribución sin mantenimiento y destinos del agua potable inadmisibles, como los campos de golf. Por lo tanto el argumento de la supuesta “solidaridad” se convierte de repente en mero derroche de un bien escaso a cuenta de los fondos públicos.
Por otra parte la cuenca cedente, la aragonesa, argumenta que no están cubiertas sus necesidades futuras de agua si se trasvasa el volumen pretendido. Leyendo el Plan Director de Infraestructuras de 1992 podemos comprobar cómo en realidad los cálculos sobre el consumo de agua de una zona están hechos en Madrid sobre la base de un desarrollo económico que el Estado mismo limita recortando las inversiones en infraestructuras que dicha institución programa. Una vez más encontramos un planteamiento perverso que, en realidad, crea necesidades de agua allí donde le interesa a alguien, aunque este bien sea escaso en esa zona. ¿Qué respuesta se puede esperar en las cuencas cedentes? La oposición al desarrollo del Plan.
Nuestra región, León, se encuentra exactamente en la misma tesitura que Aragón, salvo en un aspecto: todavía no hay recursos técnicos suficientes para llevarse el agua con un coste que pueda ser aceptado socialmente. Sin embargo, el caso de Aragón es para todos nosotros un precedente peligrosísimo y nuestros intereses sólo pueden pasar, a mi forma de ver, por el cumplimiento de tres requisitos: sustitución de los trasvases por plantas desaladoras; inversión pública intensiva y atracción de población hacia las abandonadas cuencas excedentarias, como la de León; y aplicación del término “solidaridad” en sentido lato, es decir, que den las regiones económicamente más poderosas a las que menos tienen.

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