lunes, 17 de noviembre de 2008

La Monumentalidad de Nuestros Pueblos

Es relativamente frecuente escuchar a gentes de nuestras aldeas la expresión “en este pueblo no hay nada” en referencia a que en su localidad no existe elemento monumental alguno. En realidad son muchos los núcleos de población de León -la mayoría- que no disponen de una Iglesia notable, de un palacete o de una construcción singular. ¿A qué se debe esto? ¿Qué podemos poner en valor entonces?
Las bases de una colectividad cultural desde el punto de vista etnográfico -cualquier Pueblo sociológico- en España reposan en varios elementos. Uno de los principales es el sistema de ocupación del territorio, es decir, cómo se asienta y distribuye sobre él, cómo se organizan y relacionan las comunidades, cómo explotan los recursos y cómo se rigen.
La Bañeza y toda su área de influencia se hallan imbricadas dentro de la región cisastur, astur del sur o leonesa. Con poco esfuerzo podemos comprobar que, en general, las unidades de poblamiento básicas de nuestra tierra, las aldeas, son centros de unos cien vecinos como máximo y muy próximas entre sí (seis kilómetros como mucho). Además son muy autónomas, puesto que tienen concejos con un nivel de independencia enorme, iglesia propia, cementerio, derecho propio (basado en el consuetudinario leonés, aunque con matices locales). Son sociedades de estructura plana donde nadie es más que nadie, donde la herencia se hace por reparto, donde todos son dueños de más o menos tierra. Se trata de pueblos que carecen de especialización productiva puesto que en todos se produce de todo, aunque sólo sea “para el gasto”. Son, además, sociedades basadas más en la ganadería, que aportaba mayores ingresos, que en la agricultura. Dichos pueblos tenían caño, no pozo; pueblos con río casi siempre y con uno o varios molinos -herramienta industrial en la que León destaca por ser la tierra que más instalaciones de este tipo ha tenido en España-. Por eso el uso y gestión del agua corriente es otra característica de nuestra sociedad: es la administración de un bien abundante.
Este conjunto de características sumado al medio ambiente ha producido una arquitectura popular arcaica, primitiva, de pobres materiales y poco duradera. Nuestro urbanismo es primario, sin estructura. Los pueblos han ido creciendo espontáneamente formando calles curvas o serpenteantes y siguiendo los caminos. Esto, que pudiera parecer lamentable, es una ventaja enorme, y aporta una belleza y una dimensión humana a nuestro hábitat, el leonés, peculiar. Nuestros pueblos son una rareza en la que destacan los grupos arquitectónicos, no las casas individualmente. Tenemos bellísimos núcleos perfectamente integrados en su entorno, tanto por el color del conjunto como por las materias primas de construcción. Lucillo, Pozos, etc, son ejemplares de una cultura primitiva, la nuestra, como no se encuentran en toda la Península. Por eso debemos salvar y potenciar los pocos núcleos que nos quedan intactos o poco modificados. Una sociedad de hombres iguales como la leonesa apenas ha permitido la existencia de algún palacio. También son muy sencillas las iglesias al no haber promotores privados que pudiesen alimentar su prestigio con tales obras.
Arreglar estas humildes casas y adecuarlas a la vida actual no puede significar un cambio de los materiales de la cara vista en los muros, o llenarlo todo de uralita, o dejar ladrillo en bruto al aire. Son muchos los apóstoles de la cutrez en nuestros pueblos, pero el aprecio por lo nuestro ha de hacer que aprendamos a agrandar las ventanas sin cambiar sustancialmente el aspecto de una casa. Es necesario atreverse a poner la piedra sin cantear, el barro, las paleras, la pizarra y las lajas en las partes vistas de nuestras casas. Eso no está reñido con el forjado, los aislamientos de espuma inyectada o las cámaras rellenas de aislantes. Sería hermosísimo recuperar aquellas antiguas balconadas con una versión reinventada por los leoneses, como lo han conseguido los gallegos o los cántabros. Podemos reelaborar nuestra arquitectura para hacer casas modernas guardando elementos fundamentales de la tradición constructiva leonesa y rechazando otros de imposible integración en la actualidad como aquellas ventanas minúsculas, aquellos techos bajos o incluso los muros de anchura interminable.
El culto al chalet de ladrillo visto, práctico, pero feo, podría transformarse en afición por algo más propio; algo que nos diferencie. Nuestras comarcas y, sobre todo, la Valdería, la Valduerna, Jamuz, Nogales y la imprescindible Cabrera guardan tesoros que hemos de valorizar. Nuestros conjuntos urbanos tradicionales son únicos. Aprovechemos esas raíces y convirtámoslas en un centro de atracción que, además de mostrar nuestra personalidad al mundo, sirva de acicate a nuestra economía. Por esto son dos las propuestas que deseo dejar hoy en el aire:
La primera es la necesidad de seleccionar ciertos núcleos, con estructuras arcaicas, que se encuentran en un grado de conservación ejemplar, y preservar alguno en cada comarca para guardar nuestra memoria y explotarlo turísticamente. Lo que es un recurso cultural puede serlo también económico. Cada comarca natural debería seleccionar uno y tendría que solicitar y gestionar las ayudas pertinentes.
La segunda propuesta es que las nuevas construcciones empiecen a incorporar elementos de la arquitectura tradicional leonesa. No tiene que ser toda la casa; pueden ser elementos sueltos. Eso aportaría a nuestro parque inmobiliario moderno una personalidad que hoy no tiene. Mucho tienen que decir los ayuntamientos en este apartado.
Ser diferentes y atractivos como región pasa por aprender a ser nosotros mismos. No puede ser muy difícil ¿no les parece?

No hay comentarios: