viernes, 9 de enero de 2009

Castilla y el Proyecto de España (1997)

De unos años a esta parte hemos visto renacer en círculos muy reducidos la reivindicación de Castilla como espacio con entidad político-económica diferenciada.
Bien es verdad que durante la dictadura del General Franco ha sido común el uso de la palabra "Castilla" para referirse a un concepto social de España homogeneizante, unitarista a ultranza y poco fiel a la realidad. Sin embargo no es ésta la idea de "Castilla" a la que nos remitimos. Se trata más bien de un castellanismo de nuevo cuño con definición política difusa que habla de una Castilla agrícola y obrera la cual comprendería todo lo peninsular que no es Euskadi, Galicia, Cataluña y, según las ocasiones, Asturias, Valencia y Andalucía. En otros casos sólo se incluye a las desaparecidas Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y al León triprovincial en esa gran "Castilla", a la que a veces se atribuye expresamente el cometido de nuclear el proyecto de España.
La cuestión que subyace a todos estos planteamientos parece indicar que bajo el escudo de "Castilla" cabe todo aquello que no tiene definición por sí mismo o, mejor dicho, que no tiene entidad por sí mismo a los ojos de quienes utilizan el término; aunque para quienes conozcan bien el territorio la diferenciación de trozos de esa "Castilla" sea indiscutible.
Haciendo una simplificación "Castilla" sería todo aquello que no es otra cosa, es decir, sería un área obtenida por exclusión. Hablamos de una "Castilla" que carece de características propias conocias; tendríamos así un territorio homogéneo, pero por desconocimiento de quien habla de él; algo así como una "terra incógnita" de la antropología, la economía y la política.
El tema no es baladí porque condiciona la propia articulación de España y de nuestro Estado en el próximo siglo. Que para muchas personas no se diferencie y se trate individualizadamente cada fragmento de ese territorio enorme, el cual ocupa el núcleo peninsular, impide que se diseñe y efectúe una política -hablando de gran política- efectiva para el aprovechamiento de los recursos y potencialidades de todo el territorio peninsular. Debemos incluir Potugal en esta cuestión porque su futuro está condicionado por lo que suceda en nuestro estado.
En el concepto "Castilla" nos hayamos ante una visión política muy inmadura según la cual valen las mismas directrices regionales para el olivar de Toledo que para la huerta el Valle del Jerte; las mismas para las comarcas leonesas, llenas de aldeas, que para las llanuras con grandes pueblos del pinar salmantino-abulense (Peñaranda de Bracamonte y Arévalo).
Es una evidencia que los españoles cada vez sabemos más de nosotros mismos gracias, al menos en parte, al estado de las autonomías y sus desigualdades económicas y de diseño. Esta división administrativa de España ha sido un revulsivo que nos ha hecho tomar conciencia de que Cantabria tiene poco que ver con Tierra de Campos, o de que Soria es una provincia satélite de Zaragoza, o de que Andalucía está compuesta por varios territorios regionales diferentes, o de que la provincia de León se caracteriza por un poblamiento, una economía y una organización cercanas a Galicia y a Asturias más que a ninguna otra parte. También ha servido para que los españoles veamos en los límites de nuestras provincias errores graves que han condenado al subdesarrollo a comarcas enteras.
En este aspecto hablar de "Castilla" es permanecer en la indefinición e imposibilitar una planificación del crecimiento razonable y basada en la realidad del territorio. Nadie con plena conciencia de lo que dice puede asociar la Merindad de Castilla la Vieja, un valle de cultura euskérica y clima atlántico situado en el límite norte de Burgos (a 40 minutos de Bilbao), con Aranda de Duero, lugar árido a orillas del Duero en el límite sur de la misma Provincia, desde donde divisamos ya el Sistema Central.
"Castilla" es un término que intentó sustituir a todo aquello que encontraba a su paso cuando la Corona del mismo nombre extendía sus dominios en todas direcciones. "Castilla" es un término que rompió sus ataduras con el lugar del que tomó la denominación -el valle antes citado- para convertirse en un símbolo de poder.
"Castilla" tiene poco que ver con un proyecto común porque en una comunidad todos dan y todos reciben. La idea de "Castilla" es homogeneizadora y esa cualidad la hace agresiva contra todo aquello peculiar, que se sale de la norma. Hoy sabemos que la gestión para el progreso de un territorio se basa en el aprovechamiento de las potencialidades específicas y de las peculiariades (los recursos endógenos que se citan en los programas europeos de desarrollo rural), precisamente lo contrario de lo que propone el modelo simplificador de la gran "Castilla".
"Castilla", en fin, no entraña un territorio sino un arma arrojadiza contra la peculiaridad cultural y económica. Quienes la toman en sus manos y la utilizan lo hacen por motivos que no dependen de una idea de España, sino de una idea del poder.
Para aquéllos, como los leoneses, que hemos empezado a reflexionar sobre lo que somos, "Castilla" es una mala apuesta. Para aquellos otros pueblos que todavía no han tomado conciencia de su peculiaridad las perspectivas son malas, porque no elevan su voz para que sean consideradas sus particulariades.
Hay que destacar que lo que está permitiendo crear una España desarrollada es un modelo administrativo que permite la gestión diferenciada según las características del territorio: las autonomías. Sin embargo la macroeconomía nos oculta la asimetría de este crecimiento económico. La Rioja, Navarra, Aragón, Euskadi, Madrid y Valencia, considerados por separado del resto de España, nos ofrecen un territorio muy fragmentado y con muchos núcleos de gestión (autonomías) que, sin embargo es el motor del desarrollo económico del Estado. En cambio la misma apreciación para Castilla y León, Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura se traduce en un territorio enorme, apenas dividido, sin políticas diferenciadas para cada territorio, poco cohesionado socialmente y que incluye la mayoría de las áreas de menor crecimiento de España.
Para terminar podría ponerse dos ejemplos claros de regiones que no han tomado conciencia de serlo dentro de esa "Castilla" de conciencias dormidas.
La primera está entre los ríos Pisuerga, Duero y Cea y las estribaciones montañosas cantábricas. Se llama Tierra de Campos y es unicomarcal, de ahí que se le llame comarca en muchas ocasiones. El núcleo es históricamente Palencia. Cualquier espectador puede darse cuenta de su declive económico y social como región, a pesar del crecimiento de su PIB apuntalado en el de la capital.
El segundo caso es la Tierra de Pinares de Soria, una de las áreas en torno a los Picos de Urbión, a caballo entre Soria y Burgos. La región se haya diluida, sin un núcleo articulador claro que permita desarrollar la jerarquía de poblaciones intrínseca a todo florecimiento económico. Para quien recorra este área le resultará difícil conciliar tanta creación de riqueza con tan pocos servicios a disposición del ciudadano.

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