viernes, 16 de enero de 2009

La Nueva Economía en Nuestros Pueblos I (2000)

Exponíamos en días precedentes cómo se podría abordar el afianzamiento y la mejora de las explotaciones agrícolas y ganaderas en nuestros pueblos. En aquella ocasión dejamos pendiente el examen de dos vías alternativas de creación de empresas y de aprovechamiento de los recursos locales a las ya mentadas:
-La creación de actividades que, siendo nuevas, utilizan medios que ya había. Un ejemplo son las explotaciones que obtienen productos ecológicos, que hacen uso de los mismos recursos que tienen nuestros agricultores y ganaderos, pero obtienen un producto nuevo destinado a un mercado diferente.
-Por último, aquellas actividades que son nuevas y que se apoyan en recursos que ya existían, aunque los usos y los medios sean totalmente nuevos. El ejemplo más claro es el turismo rural.
De las dos opciones citadas la primera es, posiblemente, la menos utilizada, quizá porque lo lógico es que iniciativas de este tipo debieran proceder de agricultores y ganaderos preexistentes, y estos colectivos profesionales no se encuentran entre los más innovadores. La producción de mercancías ecológicas y de “delicatessen”, así como de productos con certificación de origen y calidad controlada tiene una diferencia fundamental con la de otros sin esas características: la comercialización. La vía por la que estas producciones llegan al mercado pasa por dar una presentación adecuada, además de someterse a unos controles a los que nuestros ganaderos y agricultores no suelen estar acostumbrados.
La salida al mercado de los alimentos de calidad, por ejemplo, requiere la sujeción a unas campañas de promoción que se escapan al control de campesino y que le obligan a abastecer a ritmos determinados a los mayoristas. Ahí está también una parte de los beneficios extra que se obtienen. Ésta, responder a los ritmos del mercado, es, en el fondo, una necesidad fundamental para alcanzar mayores rentabilidades en cualquier sector.
Igualmente la sujeción a unas estrictas normas de producción es otro hándicap para unos colectivos cuyos miembros siempre han hecho de su capa un sayo en estos y en otros aspectos. La obsesión por la normalización de cada denominación de calidad, por obtener productos cada vez más parecidos en cada empresa y cada año, es un aspecto central para entender por qué se necesita una norma de referencia a la que todo el mundo debe sujetarse. Es el mercado el que presiona para dotar al producto de unas características tan constantes como sea posible.
En el caso que nos encontramos exponiendo, la obtención de nuevos productos, nuestras comarcas disponen de una ventaja competitiva importante: una variedad de bioclimas que otras regiones no presentan. La vega del Esla ha tomado cierta ventaja en este campo con la potenciación de los tomates de Mansilla, los pimientos de Fresno y los vinos de la Tierra de León. La vega del Órbigo podría impulsar la alubia de La Bañeza, el cultivo de nuevas variedades de lúpulo, los ajos y el poco explotado campo de las hierbas medicinales, por poner sólo tres ejemplos que ya tienen ciertas bases en las comarcas.
Para ello es imprescindible apoyar la capacidad de innovación de los productores más arriesgados con ayudas económicas y, sugiero, con un parque agrícola experimental que se preocupe más de obtener resultados reales en plazos concretos que en tener contentos a todos los políticos, instituciones públicas y sindicatos de turno. Hasta hoy las experiencias de apoyo oficial a la innovación agrícola no pueden ser más elocuentes: muchas fotos en los periódicos y pocos resultados. Saque cada uno sus conclusiones.
Como corolario se puede afirmar que la fijación de población en nuestros pueblos tiene posibilidades, pero, una vez más, observamos cómo el papel de las autoridades locales es muy importante. Las carencias en capacidad de innovación de nuestros agricultores y ganaderos debieran ser suplidas con un firme apoyo público. ¿Están nuestros proceres en esa dinámica?

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