jueves, 26 de julio de 2007

Candidatos y Partitocracia

La proclamación de candidatos a la que asistimos estos días en León es un proceso que da pie a reflexiones críticas sobre el sistema electoral que nos rige. Los partidos se han vuelto organizaciones volcadas en alcanzar mayorías por cualquier medio gracias a los poderes que se les otorga en él. Los criterios de orden ético, de mérito, de preparación o de eficiencia en la buena administración pública han quedado relegados a lo testimonial.

En el PP capitalino la elección de Mario Amilivia como cabeza de lista ha sido un proceso donde han primado las consideraciones de márketing político sobre otras. El reconocimiento del candidato ante una encuesta es un parámetro clave para alcanzar la victoria en unas elecciones. Amilivia es el personaje con más alto grado de conocimiento de su partido en la ciudad y sólo eso justifica su nombramiento.

Pese al inconsistente equipo que le acompañó en las elecciones pasadas y a la falta de proyecto de ciudad o, quizás, descreimiento del que una vez tuvo, se ha erigido con los apoyos del partido por pragmatismo. Además, ninguno de sus competidores se lanzó a la arena a tiempo. Quien quiera que lo hubiese hecho necesitaría una precampaña larga y ya es tarde. Para alcanzar un grado de conocimiento razonable y concurrir a las elecciones con alguna oportunidad de éxito hubiese necesitado al menos un año.

Si el escenario no cambia, el PP se encamina a una derrota que será la menor de las posibles y que dejará amortizada la figura de Amilivia como candidato a alcalde para las próximas dos o tres convocatorias. En consecuencia se puede decir que el PP ha buscado la decisión menos mala para sí dentro de la coyuntura de división interna en la que vive.

La elección de Francisco Fernández como cabeza de cartel del PSOE estaba más clara, pero no porque haya demostrado concepción alguna de lo que quiere para la ciudad. Simplemente la moción de censura no dio tiempo a que sufriese un acusado desgaste. Sin embargo adolece de lo mismo que su jefe de filas en Madrid: el grupo político parece una banda donde gente valiosa se mezcla con medianías, la comunicación externa es deficiente y no se aprecia coordinación interna.

En la UPL el peso del partido se diluye al no existir estructuras fuera de León, pero un trío que ocupa el poder porque les pusieron (Otero, Herrero y Chamorro), pero que carece de mérito alguno en términos electorales, pretende manejar la formación como su amortizado predecesor, a golpe de ordeno y mando. El criterio de elección de listas parece aquí menos profesional, porque la amistad podría constituir un valor en alza. Las listas de amiguitos podrían matar a la UPL en la próxima convocatoria.

¿Y en todo este sarao dónde está el debate sobre la ciudad que aspiramos a tener?

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