sábado, 21 de julio de 2007

León y el Empleo Agrario

Son muchas las noticias sobre el sector agrario que aparecen en los medios de comunicación leoneses. Paradójicamente es muy poca la atención real que recibe esa actividad desde el estrato ciudadano que más periódicos lee: el urbano.
La percepción del empleo en el campo es contradictoria. Por una parte el colectivo agrario es menos importante de lo que parece por su número y evolución. Si atendemos a los datos de la Seguridad Social, el número de trabajadores del campo en Septiembre era de unos 10.300. Si consideramos que León contaba en total con casi 174.000 afiliados, el peso relativo de esta agrupación laboral es reducido: menos de un 6%.
Los datos sobre su evolución son esclarecedores: en el año 2000 había 16.000 sobre un total de 148.300 trabajadores, casi un 11%. Por lo tanto, entre diciembre de 2000 y septiembre de 2006 el número de operarios del campo ha caído un 35%, y su peso relativo es prácticamente la mitad del que era. Dado que no se aprecia un cambio de tendencia podemos intuir que en pocos años podrían alcanzarse cifras entre el dos y el tres por ciento de agricultores y ganaderos.
Si el valor de la producción de este colectivo se hubiese mantenido, podríamos deducir que los agricultores serían, en general, de clase acomodada e incluso ricos. Sin embargo, la producción ha perdido valor, por lo que hay que pronunciarse con prudencia. Con todo, la calidad de vida del agricultor ha mejorado mucho en términos materiales, pero se ha tornado menos cómoda y segura en términos empresariales.
En León el desarrollo de los regadíos, el cooperativismo y la concentración de la enorme producción de los años setenta en un número reducido de profesionales han permitido alcanzar una sofisticación notable. También el tamaño de las explotaciones ha aumentado, quedando por el camino granjas familiares que, si bien permitieron ganarse la vida a muchos leoneses, no garantizaban ni un buen producto, ni una higiene suficiente, ni una sostenibilidad financiera razonable.
En conclusión no se puede decir que la concentración a la que asistimos en el sector sea mala en sí misma, como afirman algunos. Una de sus consecuencias positivas es la desaparición de las explotaciones de los cascos urbanos, lo que permitirá recuperar la calidad residencial de las poblaciones. Gracias a ese nuevo escenario se empiezan a registrar retornos y cierta mejora en las inversiones inmobiliarias.
Por otro lado, el abandono de áreas poco productivas está propiciando la expansión del bosque con la mejora paisajística y medioambiental que supone. Por último, se aprecia un cambio en el papel desempeñado por el campo, más ordenado, hacia la conciliación de sus posibilidades para el ocio, la ecología, el patrimonio común y la producción.

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